No es fácil acercarse aún hoy, ochenta años después de su estallido, a la Guerra Civil. Como si los rescoldos de aquella contienda no terminaran de apagarse, la polémica que envuelve al conflicto en todas sus dimensiones (causas, desarrollo y consecuencias) sigue haciendo muy difícil un debate sosegado sobre lo que supuso aquella tragedia colectiva que dio origen a la dictadura del general Franco.
A la visión maniquea con la que el franquismo machacó a los españoles durante cuarenta años (una cruzada para salvar a España del comunismo), le ha sucedido una visión igualmente polarizada por parte de la izquierda, con un relato beatífico de la experiencia republicana al que, en cuanto uno le pone algún «pero», recibe enseguida todo tipo de adjetivos descalificativos.
En este contexto, es gratificante acercarse a El monarca de las sombras (Literatura Random House, 2017) la última obra de Javier Cercas, un escritor extremeño afincando en Cataluña desde que era un niño y que ya demostró en Anatomía de un instante que uno puede tener su ideología (Cercas es un hombre que se declara de izquierdas), pero eso no ha de ser ni un obstáculo ni una excusa para acercarse con respeto y honradez a nuestro pasado más cercano.
La obra, a medio camino entre el ensayo y la novela, reconstruye en paralelo, por un lado, el proceso de búsqueda y entendimiento que Cercas emprende sobre un mito de su familia: el tío de su madre Manuel Mena, joven brillante y culto que, afiliado a la Falange, murió en combate durante la batalla del Ebro. Por otro lado, la obra aborda también la trayectoria del propio Mena, reconstruida por Cercas a través de un minucioso proceso de investigación, desde su infancia en Ibahernando hasta el día de su muerte, la madrugada del 21 de septiembre de 1938.
Se trata de un libro que no ha debido de resultarle fácil de escribir porque el autor no oculta varios de los temores y de las miserias que, como todos nosotros, arrastra y oculta desde su infancia. Unos temores que intenta analizar de manera objetiva y que pasan por la vergüenza que le causa el pasado de su familia, pequeños propietarios ligados al bando franquista durante la guerra, y por su condición de extremeño en la Cataluña nacionalista de finales del siglo xx, en la que el entorno no te recibe igual si procedes, por ejemplo, de una familia de izquierdas de San Sebastián que si lo haces de una de derechas de Ibahernando, provincia de Cáceres.
Quizás uno de los elementos más interesantes del libro son las preguntas que se hace Cercas, todas muy pertinentes, y es que uno, con los años, ha aprendido que lo más interesante de las personas son las preguntas que se hacen, no las respuestas que se dan a esas preguntas. A Cercas, un hombre progresista, le cuesta entender que aquellos pequeños propietarios que fueron sus abuelos y que eran en realidad casi tan pobres con los campesinos sin tierra, se pusieran del lado de un golpe que, en teoría, iba contra la libertad y el progreso, que también, en teoría, traía la República. También le cuesta entender los cambios que se producen en algunos miembros de su familia, que reciben con alborozo en 1931 a la República y, empero, muestran un entusiasmo similar cuando una parte del Ejército se subleva cinco años después contra el Régimen republicano. Tampoco entiende bien cómo el hombre culto y estudioso que debió de ser Manuel Mena se marchó al frente a combatir hasta morir por una ideología que pocos años después iba a ser enviada al basurero de la historia. En este proceso, Cercas intercala, además, algunas reflexiones muy interesantes sobre la buena muerte de la literatura clásica, preguntándose si es mejor ser Aquiles y morir joven o ser Odiseo y morir de viejo en casa.
En su proceso de búsqueda de respuestas brilla además con luz propia la figura de su madre, Blanca Mena, quizá la auténtica protagonista del libro. Una mujer que funciona de manera literaria como metáfora de aquellos españoles que abandonaron sus pueblos durante el proceso migratorio de los años cincuenta y sesenta del siglo xx para no volver nunca a su tierra de origen, aunque pasaron los años pensando que algún día lo harían.
El relato articulado en torno a la relación de Cercas con su madre es también una buena reflexión sobre la relación que muchos españoles tienen (tenemos) hoy con la tierra de la que son oriundos, y que los configura como población vinculada a varios territorios; identidades «interlocales», por usar la expresión de Suketu Metha: personas con identidades plurales pero, afortunadamente, no demasiado marcadas.
El libro nos muestra, además, lo estúpido que es generalizar y la verdad de aquel aserto de Leslie Poles Hartley, quien dijo una vez que «el pasado es un país extranjero. Allí las cosas suceden de otra manera». Las personas viven en su época dentro de un imaginario de valores y de relaciones culturales que es muy complicado reconstruir décadas después, cuando ese mundo ya ha desaparecido.
Durante la novela, Javier Cercas viaja varias veces a Ibahernando y allí, rastreando archivos, entrevistando a ancianos y leyendo viejos manuscritos, intenta encontrar a la sombra en la que, con los años, se ha convertido su tío abuelo. Y es que, más allá de los titulares y de los grandes relatos, queda mucho por saber de la guerra a nivel local, de la guerra en la España rural, en la España que nunca estuvo bajo la luz de focos mediáticos. Aquellos pueblos y aquellas rencillas que quizá ya no seamos capaces de reconstruir nunca porque sus testigos han ido muriendo. Y es una pena, porque muchas de esas historias nos contarían que, en realidad, aquella no fue una guerra de todos los españoles. Fue una guerra de minorías que llevaron al país a un conflicto devastador.
Muchos españoles combatieron donde estaban, más por salvar la vida que por ideología, y otros tantos lo hicieron por miedo; por miedo al otro, al que iba a acabar con su identidad, con su clase, con su libertad o con su dios. En Las armas y las letras, su magnífico ensayo sobre la relación entre literatura y política durante la Guerra Civil, Andrés Trapiello nos apunta con sabiduría que a las sevicias asesinas de Giménez Caballero en un lado del tablero hay que confrontar, como un espejo, las de Alberti con su cámara de fotos y su sección «A paseo», en el otro.
El autor lo resume de manera brillante: la terrible guerra de España fue el último istmo de las vanguardias: una guerra de niñatos cuya factura pagaron los padres, los hijos y, en cierta medida, seguimos pagando los nietos. Para entender la magnitud de la deuda, son buenas obras como las de Cercas.●