La poética del aburrimiento

«Glanbeigh», de Colin Barrett

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«Inisheer Lighthouse-Aran Islands, Ireland-Travel Photography». // Autor: Giuseppe Milo.

En un viaje reciente que he hecho en coche, tuve que atravesar gran parte de la península, y, claro está, en trayectos largos da tiempo a escuchar distintos cedés varias veces, donde la repetición es lo que marca el sentido de los kilómetros.

A lo largo del trayecto realicé varias paradas en áreas de servicio, esos espacios que son una especie de no-lugar porque parecen no pertenecer a ninguna parte, y en donde todo el mundo es una especie de fantasma que reafirma su identidad con la matrícula de su coche. A mi modo de ver, lo más interesante de las carreteras son los arcenes, un metro y medio de polvo, gravilla y desperdicios de todo tipo, que justamente se caracterizan por ser exactamente eso: desperdicios, ahí, tirados, expuestos, que pierden su identidad y dejan de ser botellas, tapones, mecheros, y se mueven en un territorio difuso entre ser cosas o basura.

De esta forma podrían entenderse los personajes del escritor canadiense de nacimiento pero irlandés de adopción Colin Barrett (1982). Con Glanbeigh, ha recibido varios premios, como el Guardian First Book Award.

Esta obra, compuesta de siete relatos, parte de situaciones cotidianas de personas que pueden verse como individuos que están al margen de la sociedad; o, mejor dicho, que son el producto de la sociedad posmoderna avanzada, pero que en lugar de ser seres que buscan desarrollar sus posibilidades existenciales son el vivo retrato de la alienación. Ni las drogas, ni el sexo, ni el alcohol sirven como tabla de salvación para los habitantes de un espacio ficticio que es muy real. Las palabras que definirían muchas de las situaciones descritas a lo largo de estos textos se podrían resumir en asco, abulia, hastío, aburrimiento y tedio. Pero, para ser más directos, tomemos un fragmento del relato titulado La luna: «Val le decía que a las cuatro de la mañana estaba en gayumbos, sentado en la cocina, que en el Peacock todo había sido la mierda de siempre, sin ningún cambio ni posibilidades de que los hubiera».

Resignación. No hay posible salvación para ninguno de ellos. El tiempo no es otra cosa que un espacio dilatado de aburrimiento en el que cada instante es y seguirá siendo más de lo mismo. En el nihilismo soterrado que poseen, radica la belleza de cada pieza.

Al igual que la manera en la que volcamos nuestra mirada hacia los márgenes de las carreteras, donde ya está prefigurada la idea que vamos a tener de unos objetos que ni nos molestamos en saber qué son, la comprensión que los personajes de Barrett tienen de la realidad ya está limitada por su posición en y ante el mundo. Una posición de rechazo absoluto a lo que son, pero que no pueden dejar de ser. Así, entre cigarros, tacos de billar y un mal gusto patente en la vestimenta, este prometedor escritor construye una prosa sólida y eficaz para explicitar el monótono mundo en el que viven sus criaturas.●

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