«La España vacía», de Sergio del Molino

0

Ni izquierda y derecha ni arriba y abajo. Las dos Españas que Sergio del Molino dibuja en su ensayo (recientemente reconocido por el Gremio de los Libreros de Madrid como el mejor del año) tienen una frontera geográfica clara y un momento histórico que acentuó su división.

¿Cuándo? El éxodo rural que se disparó en España en los años cincuenta y sesenta, lo que del Molino denomina «el gran trauma». ¿Dónde? La España vacía del título va de León a Albacete, de Badajoz a Huesca, un vasto territorio que ocupa más de la mitad del país y en el que vive, disperso, apenas el 15% de la población. Kilómetros y kilómetros de espacio sin poblaciones en un fenómeno que no tiene parangón en la Europa occidental. A excepción, claro está, de su punto central (la capital), que sirve precisamente para visualizar y comprender estos dos mundos tan diferentes: a solo 60 kilómetros de la bulliciosa Puerta del Sol, en Madrid, se pisa una provincia con menor densidad de población que Finlandia.

Sin entrar en los porqués histórico-geográficos, Del Molino analiza la relación entre estos dos territorios cuyos habitantes se miran de reojo y lo hace sin paños calientes, derrumbando tópicos a ambos lados de esas fronteras. Sus habitantes viven de espaldas los unos de los otros, aun cuando han cambiado de domicilio. Porque ―sostiene Del Molino―, en el fondo, la España vacía es también un «estado mental»: el de los abuelos que se llevan su pueblo a las grandes ciudades y lo hacen pervivir en una oralidad (¿durante cuántas generaciones más?) cuya impronta está muy viva en la literatura y el cine de los años ochenta.

Pero, del otro lado, tampoco ha resultado mejor la simbiosis en el caso de los urbanitas que dejaron un día todo y se instalaron en el campo. Esta es la impresión que el autor (además de escritor, periodista) ha obtenido de primera mano en muchas conversaciones con estos neorrurales, pero es también una reflexión a la que invita tras recordar el conocido crimen de Fago y que plantea con una sugerente pregunta: ¿murió el alcalde de este minúsculo pueblo de Zaragoza porque no había cerca bares de tapas?

El crimen de Fago le sirve también a Del Molino para tratar de echar por tierra algunos mitos muy arraigados, pero, ojo: en esta tarea no siempre sale beneficiado el campo.

Y es que el autor cuestiona tanto la idea generalizada del pueblo embrutecido y sin inquietudes como la sublimación del paisaje y de sus tradiciones, especialmente cuando se convierte en su único sostén. Ni Las Hurdes son ―¡y tampoco fueron!― lo que mostró Luis Buñuel, ni la España vacía puede vivir de representar un pasado medieval a los ojos del turista, patrio para más inri, que busca un encuadre de cuento para aplicarle un filtro de Instagram después de calzarse un buen plato de cuchara.

También recurre a la leyenda de la patria lejana para hablar de la segunda generación de emigrantes, que hizo suyas las urbes con el heavy y el rock urbano como principal banda sonora, aunque su orgullo se asienta precisamente en otro mito. Para el autor, estos urbanitas natos con herencia de campo que ya no se avergüenzan de su origen constituyen el patriotismo más eficaz que ha nacido en un país que se caracteriza por el desprecio a su tierra: «No hay desapego más grande y definitivo que el que siente el hijo de la estepa por su cuna o la de sus padres».

Pero la última parada de este viaje espacio-temporal tiene como destino otra generación de jóvenes que forma una tribu ilustrada que también mira al pasado, pero para alejarse del presente globalizado y ruidoso y encontrar la inspiración que, más que del paisaje, procede de ellos mismos. No son hipsters, ni vintage; son viejóvenes.

Sergio del Molino se sirve de datos (sin abrumar) y de anécdotas para mantener el pulso de la lectura, pero el ensayo se caracteriza por la diversidad de los acompañantes con los que recorre las dos Españas. No podían faltar en su travesía Antonio Machado o Bécquer, pero junto a sus versos también están los del Robe.

El resultado es un libro que toca la memoria de cualquiera que haya nacido en España, deja una lista de tareas pendientes por acometer ―pueblos por visitar, películas por ver y libros que leer― y hace perderle el miedo al ensayo.

Con medio año de vida, esta obra sigue generando debate y reclamando a su autor en puntos de las dos Españas, aunque comparte protagonismo con La hora violeta, novela autobiográfica por la que recibió el Premio Ojo Crítico de Narrativa 2013 y el Premio Tigre Juan 2013.●

Dejar respuesta