Las aldeas galas del independentismo en España

«Micronacionalismos»

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España es grande (el segundo país en tamaño de la Unión Europea), pero no es una, al menos, de sentimiento. Hay cerca de 47 millones de habitantes, y algunos no se sienten cómodos ni con su DNI ni con la estructura administrativa o política en la que les parieron.

Seguramente, ya habéis pensado en Cataluña. Pero no, un momento, aquí no hemos venido a hablar del procés, de referendos ni reclamaciones de derechos históricos, aunque en las páginas de la segunda obra editada por la editorial madrileña Nuevos Textos haya aspiraciones independentistas, consultas y privilegios centenarios. Que lo del nacionalismo no es algo consustancial a unos pocos. Qué va.

Lo de buscar separarse del de al lado es algo carpetovetónico. Forma parte de la esencia de España, un país con «una escarpada orografía emocional», como lo define Iñaki de las Heras, uno de los siete periodistas que han cogido la lupa para adentrarse en siete lugares de su geografía en los que laten reivindicaciones territoriales para muchos desconocidas. Algunas responden a conquistas y batallas perdidas; otras, leyenda mediante, pudieron empezar en una timba y no falta la que tiene como líder revolucionario, sin tapujos, al poderoso don Dinero. En todas hay personajes, circunstancias y anécdotas que hacen pensar que lo micro puede aplicarse a lo macro. «Conocerlos es una forma de relativizar nuestras fronteras y nuestro relato histórico de brocha gorda» o, en definitiva, «quitarnos hierro», concluye De las Heras.

El viaje que proponen los autores cruza España de punta a punta, de El Bierzo a Cartagena, del Valle de Arán a Olivenza, del Bidasoa a La Moraleja, pasando por Petilla de Aragón. Las reclamaciones de algunos de estos lugares, como el de la comarca leonesa (el bercianismo me perdone), forman parte del imaginario colectivo gracias a las pintadas en muros y señales de tráfico que ilustran al viajero en el nacionalismo-cebolla que tiene en El Bierzo su versión nano: de la Castilla independiente y comunera al País Llionés para acabar en el Bierzo libre.

El primer capítulo, narrado por David Page, se dedica a la patria que defendió y defiende Tarsicio Carballo, fundador de dos partidos políticos promotores del bercianismo, por el que incluso ha estado en huelga de hambre, aunque la confianza en su éxito se ha resentido. Y eso que la lucha identitaria ha acabado en el prosaico pragmatismo: de pedir la autonomía, a mejores servicios. Ay, ¿a qué suena esto?

Pero si de reclamaciones pecuniarias hablamos, hay que hacer escala en La Moraleja, «uno de los más delirantes y gloriosos intentos secesionistas de la España de los últimos lustros». Así lo define Rebeca Arroyo, la responsable de acercarnos al intento frustrado de independencia (sí, sí, leéis bien) de una de las urbanizaciones más ricas de España, que quiso separarse de sus vecinos pobres de Alcobendas. Años de recogidas de firmas, controles a su entrada e incluso una especie de impuesto revolucionario para sostener el movimiento fracasaron en esta guerra que ha acabado con el hacha enterrada y uno de sus impulsores en el bando contrario: Ignacio García de Vinuesa es hoy alcalde de Alcobendas. ¿Se imaginan a Artur Mas en La Moncloa? El empresario admite hoy que «no era un proyecto realmente viable», pero que querían acabar con las «desigualdades». Probad a cambiar el sujeto de esta frase…

Y ya que las comparaciones nos llevan a Cataluña, podemos hacer una parada en Arán, el valle que ha conseguido victorias que ya quisieran otros para sí: el reconocimiento de su realidad nacional, el uso preferente de su lengua e incluso el derecho a decidir sobre su futuro. ¿Cómo? Por las buenas, poniendo frente al espejo a las autoridades. Iñaki de las Heras nos lo explica. Leed.

Así, además, descubriréis, de la mano de David García-Maroto, la historia alrededor de una pequeña isla en el Bidasoa, que constituye el condominio más pequeño del mundo. Su gestión se la reparten España y Francia cada seis meses, aunque, la verdad sea dicha, poco tienen que organizar. Pero, aunque en sus 2000 metros cuadrados no hay un interés económico que aliente una mayor atención, esa lengua de arena tiene un pasado de enjundia: la firma de un tratado de paz entre España y Francia, entregas en matrimonios regios y, como visitantes ilustres, Velázquez y D’Artagnan.

Si de personas ilustres se trata, vamos con Víctor Martínez a Petilla de Aragón, un pequeño, pequeñísimo pueblo que, como su nombre no indica, está en Navarra. Tiene guasa. Por qué sus actuales cuarenta habitantes son navarros y no maños es cosa de hace siglos, de deudas contraídas y pagadas con un castillo (el de Petilla). Y es aquí donde fue a nacer Santiago Ramón y Cajal, «ídolo y referencia de todos los petilleses», aunque su insigne vecino, que da nombre a una de las tres calles, no hizo precisamente de embajador: el nobel de Medicina se refería a su pueblo, en el que solo vivió un par de años, como un «villorrio triste y humilde».

Y si los petilleses tienen claro que son navarros hasta las trancas (Gobierno de Aragón: ahórrese la consulta popular, ya la ha hecho el autor de este capítulo), en Olivenza, en cambio, ha surgido una iniciativa que parece ir en el signo contrario de los nacionalismos: más de 300 oliventinos, o descendientes, han solicitado la doble nacionalidad, portuguesa y española. Hacen gala así de los orígenes de esta localidad pacense, que fue cinco siglos portuguesa y lleva dos como española. Considerado su Gibraltar por algunos portugueses e incluida por la CIA en 2003 en la lista de conflictos mundiales (¿?), Enrique Bullido explica cómo el paso de los años ha acabado con la disputa territorial hasta la más serena normalidad.

Un final similar tuvieron las ansias revolucionarias de Cartagena. ¿Sublevación en Murcía? Así fue: la primera de las quince provincias que en 1873 se levantaron contra el Estado exigiendo la inmediata proclamación de la República federal y Cartagena, el último cantón en aguantar. Cayó, porque al final cayó, y en su hoja de servicios se apuntó «el mayor duelo artillero entre plaza defendida y ejército sitiador de la historia de España». Pero, ojo, Ángeles Caballero ofrece datos que desmontan las interpretaciones separatistas de aquel movimiento, aunque termina con otra reivindicación que sí lo es, la del actual alcalde de esta ciudad marítima, que exige formar una segunda provincia bajo amenaza de marcharse de Murcia.

Terminado el viaje, el lector llega a su destino con la mochila llena de curiosidades, de mucha historia, después de haber enarcado las cejas y relajado la sonrisa. Ojalá todos las vindicaciones territoriales provocaran solo estos gestos. Dentro y fuera de nuestras fronteras.●

[Fotografía: Dividing fence, Susana Fernández.]

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